sábado, 19 de marzo de 2011

La paradoja y el estilo el aliento atómico

Por: Boris Izaguirre
Da la sensación de que, en los últimos meses, el siglo XXI se haya acelerado casi hasta estrellarse. Las revueltas árabes, el tsunami japonés, la lucha contra Gadafi, las pitadas a Berlusconi a la entrada de una misa oficialísima... A lo mejor es cierto que 2012 va a ser el del apaga y vámonos, subrayando que el diseñador Paco Rabanne se equivocó por 11 años en su profecía de que en 2000 se acabaría el mundo y sería mejor no viajar en aviones.


Las imágenes del tsunami japonés hipnotizan mucho más de lo que estaríamos dispuestos a reconocer. Al no mostrar figuras humanas, como sucedía en el colapso de las Torres Gemelas, no se han censurado, y su emisión propicia el espectáculo de la destrucción. Japón ha otorgado al mundo sus propias visiones de cataclismos desde hace tiempo. Olas gigantes amenazando pueblos de pescadores son conocidas gracias a las Treinta y seis vistas del Monte Fuji (1829) del artista japonés Hokusai. Las visiones del mar sereno pero amenazante han sido constantes en las fotografías de Sugimoto. Muchas de las estructuras plisadas del diseñador Issey Miyake pueden verse como rupturas sísmicas sobre el cuerpo humano.

Quizás por esta cultura catastrofista, Japón es capaz de encontrar soluciones que aúnan estilo y lógica, como la fila en forma de S creada por los voluntarios en un gimnasio-refugio esta semana, con la que pedían que les abastecieran de víveres y de agua. En medio de la desesperación, solo los japoneses pueden crear un sistema organizado en el que cabe el mayor número de gente de una forma ordenada y también estética.

Si repasamos algunas de las creaciones de ficción audiovisual japonesa, la catástrofe terrestre, marina y radioactiva forma una apoteosis dramática. Empezando por Godzilla (1954), el dinosaurio de 100 metros de altura mutado por unas pruebas nucleares en el Pacífico, protagonista de una serie de títulos que lo enfrentaban a King Kong y a una hembra similar de la que nacería un hijo.

Godzilla terminó por ser un referente japonés similar a nuestro Torrente, en el sentido que retrataba los miedos y placeres de una sociedad que hasta el viernes pasado vivía tres años por delante del resto del mundo. Sorprendía en el monstruo que su aliento se transformara en llama azul, porque era en realidad atómico, y que al mismo tiempo que destruía autopistas elevadas pudiera enamorarse y defender Tokio de enemigos foráneos. Godzilla abrió el camino a una serie de monstruos que acapararon la televisión de mi generación.

Los monstruos del espacio (1965) arrancaban con unos créditos donde naves espaciales surcaban el cielo de Tokio. Una de ellas se convertía en Soldar, el héroe dorado que luchaba contra las bravuconadas radiactivas de Rodark, feo hasta decir basta. Es probable que estos monstruos exportaran los miedos posatómicos de una cultura golpeada, pero también podría pensarse que los japoneses los empleaban para no dar la cara, evitar reconocer que sus rasgos los distinguían demasiado y sobre todo para asumir que fueran los monstruos los que dijeran todo aquello que pensaban y que sus protocolos culturales les impiden verbalizar.

El anime y el manga han contribuido a la formación de personas tan dispares como Michael Jackson, Alex de la Iglesia y yo. El cantante rinde homenaje a Akira (1982) en su vídeo Scream, adoptando gestos y vestuarios del dibujo animado, quien sobrevive en un mundo devastado. Akira es a su vez heredero de Astro Boy (1964), un robot niño, idea del Doctor Tenma, que le otorga inteligencia artificial, visión de rayos X y el rostro de su hijo fallecido en accidente. Astro Boy es un robot con sentimientos que es una nave en sí mismo, y es el primer caso de hombre-máquina que recibimos los televidentes. Meteoro (1965) tiene un coche tan protagonista como la moto de Akira y los tres configuran una cultura de velocidad futurista.

Quizás para ganar públicos femeninos, la animación japonesa se acercó a héroes literarios sensibleros de Occidente. Está la simpática abeja Maya y el divertido Vicky el Vikingo. Y Marco, que recorría los Apeninos y los Andes bajo el lápiz japonés, y que fue un éxito abrumador en los países árabes. Pero la gran heroína es Heidi (1974), que marcó nuestras vidas con su canción suizonipona y una cantarina carcajada que rodaba por los Alpes más verdes de la historia. Aun feliz y alejada de lo radiactivo, Heidi sufre la separación de su querido abuelo por el traslado a una casa rica en Múnich, la misma ciudad donde ahora Angela Merkel (nacida en 1954, igual que Godzilla) se replantea el uso de las centrales nucleares.

Como para los japoneses, nada es gratis en la vida de Heidi: para volver a la belleza de los Alpes y sus canciones debe sufrir, luchar y obtener felicidad para los agraviados como Clara. En una época donde Japón significaba prosperidad, sus personajes adquirían facciones agraciadas, pieles de infinito rosado.

Ahora el tsunami nos ha hecho ver la verdadera cara del monstruo. Que pena que Godzilla no esté aquí para acabar con él.
Con información de "El País"

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