domingo, 6 de marzo de 2011

Una descendiente de Huayna Cápac vive en Arequipa

Doña Eugenia, de 91 años, es posiblemente la única descendiente de un emperador inca, con las credenciales para probarlo, cuyos recuerdos nos conectan con sorprendente facilidad con el pasado, su familia, la historia del Perú y nuestra realidad presente. Ella fue localizada por este Diario en Arequipa, donde vive, y es la primera vez que tenemos acceso al testimonio de alguien cuyo linaje permanece vivo en sus recuerdos.


¿Qué significa su apellido?
Antes de la llegada de los españoles era Chuquihuanca. ‘Chuqui’ quiere decir oro y ‘huanca’ columna. Después se españoliza porque los españoles no lo podían pronunciar bien y se convierte en Choquehuanca. Pero mi padre le vuelve a cambiar la ortografía según el alfabeto quechua a Chukiwanka.

¿Cuál es su primer recuerdo?
Nací en Lampa, Puno. Mi niñez la pasé en el campo. Ahí viví tres culturas y tres religiones: la del indio, la pachamama; la católica, que era de mi madre; y la de mi papá, que era librepensador. Yo he amalgamado las tres a mi modo y a mi manera.

¿Usted sabía desde niña que descendía de Huayna Cápac?
Mi papá nos decía que éramos descendientes de incas. Pero no hacía publicidad de eso porque él era un rebelde y estaba contra el orden social de la época.

¿Eso influyó en su niñez?
Yo hice la secundaria en Lima, en el colegio Dalton, que habían fundado los hermanos José Antonio y Enrique Encinas, amigos de mi padre. Como ellos sabían que yo era de esa rama, en el colegio se enteraron y mis compañeras me molestaban. Me llamaban ‘princesa’, y una adolescente no se siente halagada cuando te preguntan ‘¿dónde está tu capa?, ¿por qué no has traído tus plumas’?

¿Cómo reaccionó ante eso?
Lo combatí estudiando mucho. Al final me aceptaron en el círculo de las limeñas. Allí estuve cinco años y después estudié en tres universidades, en Lima, Cusco y Arequipa, y al final me dediqué a enseñar Historia y Geografía.

¿En su casa contaban historias de su bisabuelo Manuel, el último cacique?
Sí. Me decían que había sido espigado, delgado, que le gustaba trabajar la tierra, aunque no tenía por qué hacerlo. Estaba más con el indio. No como su abuelo Diego, quien no quiso apoyar a Túpac Amaru [II] y protegió a los españoles.

En esa época tenían mucho poder.
Durante el tiempo del cacicazgo tenían bastante dinero y muchas haciendas, como Picotani. Pero las mejores estaban en la actual Bolivia, antes el Alto Perú. Tenían muy buenos lujos, muebles importados de Inglaterra. Se vestían como el español, con sombrero y montera, y daban grandes fiestas. Mientras tanto abajo estaban los indios, semiesclavos.

Y después se hicieron más ricos.
Mi bisabuelo se casó con doña Carmen Ayulo, en Azángaro. La familia de ella también tenía dinero y fundaron un banco. Pero a él le dolía haberse casado con una extranjera y decía: ‘Lo único que siento es haber mezclado mi sangre con un ajeno’. Y decía que debió casarse con otra descendiente de incas.

¿Y después lo perdieron todo?
Su hija, mi abuela, Manuela Choquehuanca Ayulo, tuvo ocho hijos y todo se dividió con las herencias. Al final la reforma agraria terminó de quitarnos lo poco que quedaba. Ella murió a la edad de 91 años en Arequipa, en 1925, y lo único que heredé fue su piano.

Su padre fue un líder indigenista…
Sí, y fue perseguido por eso. Hasta el presidente Sánchez Cerro lo deportó porque decía que tenía ideas revolucionarias. Él quería al indio en una época en que se lo consideraba lo más bajo.

¿Por qué eligió él esa vocación?
Como sabía que era descendiente de incas, tomó a su cargo la defensa del indio. Todavía me acuerdo cuando caminábamos del pueblo a la hacienda, en el camino él siempre los saludaba con mucho respeto y yo me molestaba con eso, porque era muy niña y seguramente pensaba que el campesino era inferior.

Mucha gente pensaba así…
Cuando mi padre se recibió de abogado, le suspendieron la tesis porque le dijeron que estaba a favor del campesino. En un momento el rector le preguntó: “¿Usted cree que el indio puede superarse?”. “Sí”, le contestó. “Creo. Y la prueba la tengo en usted”, le dijo al rector. Y ahí lo echaron. Por eso se fue hasta Lima a sacar el título de abogado.

Doña Eugenia, ¿era difícil llamarse Choquehuanca?
Para mí no, pero para algunos en mi familia sí. Mi tía Isabel no usaba el Choquehuanca, sino Ayulo. Se lo cambió porque su hijo quería entrar en la Marina, y tomó el de Corrales Ayulo. El apellido Choquehuanca era indio y en la sociedad de Lima no podías tener apellidos indios. ¡Dónde has visto en la Marina a alguien con apellido Choquehuanca!

En el Perú la gente no sabe mucho qué pasó con los incas.
Es que los exterminaron.

Pero usted está aquí.
Ah, bueno… es que no desciendo ni de Huáscar ni de Atahualpa, cuyas familias sí exterminaron, sino de Huaco Túpac [Cristóbal Paullu Inca], que logró escapar.

Durante la Colonia en Cusco sobrevivió una nobleza inca…
Los incas tenían que apoyar a los españoles para no ser exterminados. Esto pasó con Diego Choquehuanca, que estaba en contra de la revolución de Túpac Amaru. De lo contrario, nos mataban. Así que no nos exterminaron del todo. Parece que quedó un poquitito y eso usted ha descubierto [sonríe].

¿Usted habla quechua?
Siempre estuve rodeada por campesinos y hablo perfectamente el quechua y algo de aimara.

¿Cree que hay que ser bilingües?
Yo pienso que es importante saber algo de quechua. El campesino siempre piensa en su idioma materno y habla el castellano. Ahí en la hacienda me decían: “Yo hago hablar al libro, pero lo único que no sé es lo que quiere decir”.

¿Y siente en usted un legado inca?
Los incas supieron gobernar y tenían su lema “No seas ladrón, no seas perezoso, no seas mentiroso” y eran disciplinados con eso. Y algo de eso siento que yo tengo porque me gusta enseñar, gobernar. Por eso a mi edad sigo siendo capitán de mi propio barco. Algo he heredado.

¿El imperio inca debió continuar?
Para qué retroceder en el tiempo. No vale la pena. Lo que sí es que no debió desaparecer de esa manera, con tanta crueldad. De niña nos sentíamos hermanos con los antiguos, pero para qué recordar.

Pero hubo un intento de volver a instaurar el imperio inca.
Hubo varios. Uno de esos fue a principios del siglo XX, en Puno, cuando un señor, Clodomiro Rodríguez, quiso levantarse y que mi padre asumiera el trono. Pero él no estuvo de acuerdo con eso y decía “cómo puedo ser heredero si no estoy reclamando nada”.

¿Usted cree que el país tiene una deuda con su familia?
De una manera indirecta, quizá. Porque los Choquehuanca siempre han participado en la historia. Le hemos dado prestigio al país, pero no hemos recibido un reconocimiento. Es una deuda que no se puede pagar.

¿Y se siente peruana?
Yo me siento cosmopolita. Como decía [Manuel] González Prada, “donde me estrechen generosas manos, donde me arrullen tibias primaveras, ahí veré mi patria y mis hermanos…”. Soy cosmopolita, no hay nada que hacer. Hay que amalgamar las culturas. Eso es lo mejor.
Con información de "El Comercio"

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