En la inauguración del Colegio Mayor “Presidente de la República” el doctor Alan García, inaugurándose casi a sí mismo, se puso a dar unas lecciones magistrales y, entre otras cosas, recomendó que los alumnos leyeran biografías de grandes hombres.
Citó tres nombres vinculados a la grandeza: Jesucristo, Simón Bolívar y Alejandro Magno.
No creo que a los católicos les haya gustado mucho eso de juntar a su Dios encarnado con alguien tan distante de toda santería como Simón Bolívar. Pero, en todo caso, nadie puede discutir –sea cual fuere su fe- la grandeza del semita rebelde y el carácter decisivo del libertador de la América hispana.
Lo que sí intriga es por qué el doctor García, tan culto él, puso en pie de igualdad al divino maestro, al héroe venezolano y a ese incansable masacrador de pueblos llamado Alejandro Magno, a quien algunos historiadores militares, como el conservador Víctor Davis Hanson, han comparado con Hitler.
¿Qué le gusta de Alejandro Magno al doctor García?
No creo que le guste el hecho de que Alejandro asesinara, borracho y con una lanza, al general Clito, que le había salvado la vida años antes en la batalla del río Gránico. Y todo porque Clito le dijo que la vanidad terminaría con su grandeza.
Tampoco creo que el doctor García apruebe que Alejandro mandara matar a su primo hermano Amintas, acusado de conspiración, o a su propio biógrafo oficial, Calístenes, sospechoso de traición.
Por no hablar de los asesinatos multitudinarios perpetrados por Alejandro en la brutal conquista imperial de Persia.
Y para no mencionar las masacres de pueblos enteros como los de Masaga, Ora y Aorno, cuyas poblaciones, todas pertenecientes al subcontinente indio, recibieron la promesa de un perdón si se rendían y, traicionadas por orden de aquel Magno infame, fueron pasadas a cuchillo.
¿O es que al doctor García le fascina el momento en que el ejército de Alejandro, exhausto de matar y de exponerse, se subleva y se niega a avanzar derrotando la voluntad del psicópata que lo conducía (lo que no le impidió, en el camino de regreso, masacrar a los malios, incluyendo a mujeres y a niños)?
Más extravagante e impropio sería aún pensar que el doctor García recomienda la biografía de Alejandro Magno como personaje ejemplar, por el hecho de que el prodigioso general de mil batallas amara, más que a nadie, más que a sus dos sucesivas esposas, a su jefe de caballería, Hefestión, por cuya muerte el conquistador lloró, según narraron algunos, seis meses seguidos.
Quizá el vínculo más intenso entre el doctor García y Alejandro sea este símil entre gótico y futurista: Alejandro no quiso dejar sucesor y, tras su muerte a los 33 años, el imperio macedonio se quebró y agonizó; García se imagina muriendo igualmente intestado e irrepetible. Mismo Alan el Magno.
Con información de "La Primera"
Citó tres nombres vinculados a la grandeza: Jesucristo, Simón Bolívar y Alejandro Magno.
No creo que a los católicos les haya gustado mucho eso de juntar a su Dios encarnado con alguien tan distante de toda santería como Simón Bolívar. Pero, en todo caso, nadie puede discutir –sea cual fuere su fe- la grandeza del semita rebelde y el carácter decisivo del libertador de la América hispana.
Lo que sí intriga es por qué el doctor García, tan culto él, puso en pie de igualdad al divino maestro, al héroe venezolano y a ese incansable masacrador de pueblos llamado Alejandro Magno, a quien algunos historiadores militares, como el conservador Víctor Davis Hanson, han comparado con Hitler.
¿Qué le gusta de Alejandro Magno al doctor García?
No creo que le guste el hecho de que Alejandro asesinara, borracho y con una lanza, al general Clito, que le había salvado la vida años antes en la batalla del río Gránico. Y todo porque Clito le dijo que la vanidad terminaría con su grandeza.
Tampoco creo que el doctor García apruebe que Alejandro mandara matar a su primo hermano Amintas, acusado de conspiración, o a su propio biógrafo oficial, Calístenes, sospechoso de traición.
Por no hablar de los asesinatos multitudinarios perpetrados por Alejandro en la brutal conquista imperial de Persia.
Y para no mencionar las masacres de pueblos enteros como los de Masaga, Ora y Aorno, cuyas poblaciones, todas pertenecientes al subcontinente indio, recibieron la promesa de un perdón si se rendían y, traicionadas por orden de aquel Magno infame, fueron pasadas a cuchillo.
¿O es que al doctor García le fascina el momento en que el ejército de Alejandro, exhausto de matar y de exponerse, se subleva y se niega a avanzar derrotando la voluntad del psicópata que lo conducía (lo que no le impidió, en el camino de regreso, masacrar a los malios, incluyendo a mujeres y a niños)?
Más extravagante e impropio sería aún pensar que el doctor García recomienda la biografía de Alejandro Magno como personaje ejemplar, por el hecho de que el prodigioso general de mil batallas amara, más que a nadie, más que a sus dos sucesivas esposas, a su jefe de caballería, Hefestión, por cuya muerte el conquistador lloró, según narraron algunos, seis meses seguidos.
Quizá el vínculo más intenso entre el doctor García y Alejandro sea este símil entre gótico y futurista: Alejandro no quiso dejar sucesor y, tras su muerte a los 33 años, el imperio macedonio se quebró y agonizó; García se imagina muriendo igualmente intestado e irrepetible. Mismo Alan el Magno.
Con información de "La Primera"
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