Pero estas no lo han sido tanto, que digamos, y más bien tienen todo el parecido con una batida en retirada. Los alcaldes de los tres distritos más bacanes de Lima no han dicho chau a la hora de despedirse y han dejado los trabajos a medio hacer. El alcalde de Miraflores, por ejemplo, después de su derrota electoral, ha renunciado al cargo y ha dejado la Bajada Balta convertida en un descenso sin tregua, simplemente ha dejado los trabajos a medio estar, no hay ningún hombre agradeciendo por dejarlo trabajar, no hay una sola máquina en movimiento y lo que se vislumbra es un peligroso abandono de por vida.
Entre nuestros políticos no existe la sana costumbre de hacer un informe al final de su gestión. Sin duda, los alcaldes son políticos en cuanto son autoridades elegidas, pero como si vivieran en otro distrito dejan las obras en un eterno tiempo transitivo, sin saber si algún día las van a culminar. En San Isidro, por ejemplo, le han metido unos tajos a las calles que rodean El Golf y en la precisa esquina, cerca de la única clínica en el mundo que se llama El Golf, desde hace meses se acumula una montañita de residuos que no va de la mano con el tráfico que la rodea. Al alcalde saliente le picó el bichito del activismo final y se puso a arreglar cuanta esquina encontraba, pero parece que calculó mal el tiempo.
En Surco no ha sido reelegido el alcalde y por esa razón los parques, que son bellos y numerosos, empiezan a sentir el pasto un poquito alto, hay una sequedad creciente en el medio ambiente, la basurita se concentra o vuela por doquier, seguramente porque la autoridad edilicia ya no se siente identificada con una población que no ha respaldado su gestión. Las famosas bolsitas ecológicas (naranjas o azules) empiezan a escasear, y se respira una vaga sensación a descuido, en un distrito que hasta hace poco fue el símbolo de la gestión eficiente.
Los peruanos estamos acostumbrados a que nos hagan los goles en los minutos finales. A pesar de ser buenos corredores de fondo, aflojamos en el último tramo. Se gane o se pierda, lo democrático significa trabajar hasta el último día y despedirse con un fuerte apretón de manos. Si se puede, con una sonrisa en los labios. Y si no, como caballero, nomás.
Con información de "El Comercio"
Entre nuestros políticos no existe la sana costumbre de hacer un informe al final de su gestión. Sin duda, los alcaldes son políticos en cuanto son autoridades elegidas, pero como si vivieran en otro distrito dejan las obras en un eterno tiempo transitivo, sin saber si algún día las van a culminar. En San Isidro, por ejemplo, le han metido unos tajos a las calles que rodean El Golf y en la precisa esquina, cerca de la única clínica en el mundo que se llama El Golf, desde hace meses se acumula una montañita de residuos que no va de la mano con el tráfico que la rodea. Al alcalde saliente le picó el bichito del activismo final y se puso a arreglar cuanta esquina encontraba, pero parece que calculó mal el tiempo.
En Surco no ha sido reelegido el alcalde y por esa razón los parques, que son bellos y numerosos, empiezan a sentir el pasto un poquito alto, hay una sequedad creciente en el medio ambiente, la basurita se concentra o vuela por doquier, seguramente porque la autoridad edilicia ya no se siente identificada con una población que no ha respaldado su gestión. Las famosas bolsitas ecológicas (naranjas o azules) empiezan a escasear, y se respira una vaga sensación a descuido, en un distrito que hasta hace poco fue el símbolo de la gestión eficiente.
Los peruanos estamos acostumbrados a que nos hagan los goles en los minutos finales. A pesar de ser buenos corredores de fondo, aflojamos en el último tramo. Se gane o se pierda, lo democrático significa trabajar hasta el último día y despedirse con un fuerte apretón de manos. Si se puede, con una sonrisa en los labios. Y si no, como caballero, nomás.
Con información de "El Comercio"
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