jueves, 8 de octubre de 2009

Oda Pindárica a Miguel Grau

Frente al océano ¡ OH Grau!,
semidiós lleno de bondad humana,
te evoco como a un gran pénate lírico:
y al evocarte, ¡OH gran señor del mar!
los mitos y los símbolos florecen
y se encarnan en henchidas imágenes radiantes.


No son mentiras vacuas,
ni son fantasmagóricos alardes
esas figuraciones tutelares:
la leyenda, la historia y la gloria y la patria
que, por ellas,
un hálito divino infunde en lo pasado vida sacra,
y a las cosas que fueron las salva del olvido;
un hálito divino, que hincha las palabras,
como velas de barcos atrevidos
que van al infinito.


Puede la vida triste irse como una sombra,
pero quedan, de las almas sublimes,
el resplandor y el eco de vibración perenne,
que rescata en una sagrada resurrección,
a los hombres que encarnan,
en misiones eternas, ideal y abnegación..!


Locura de poeta, creencia popular,
son las que captan el mensaje
que se vuelve a cantar,
cuando en la hora trágica
la carne de los héroes se hace polvo
y el alma vuela al cielo para lucir eterna,
como una estrella tutelar,
de esas que marcan camino de la tierra
para el mortal que pasa,
ruta celeste para el mortal que ha de durar.


Y así ¡OH Señor! de nuestro mar
al evocarte vienen con nuevos atavíos
las antiguas estampas.
No son mentiras, no, los símbolos,
la leyenda, la historia, la gloria y la patria.


Fuiste la encarnación del sacrificio,
fuiste la encarnación de la esperanza,
y como Cristo bien sabías que te sacrificabas.


Como a un gran corazón,
iba hacia ti la sangre de la patria,
que su dolor sentía en tu dolor,
que por ti palpitaba, y que confiaba en ti su salvación.


Todo lo fuiste tú, todo, en un instante:
la epopeya, el ensueño, la audacia y el misterio,
lo incomprensible y casi inalcanzable
con que esperaba redimirse un pueblo.


La Patria, tu tal vez como nadie, lo sabías, la forjan
los que sufren, los que luchan, los que se sacrifican;
que en el surco del pueblo,
el sacrificio es la única semilla
que hace brotar la flor del patriotismo.
Tu fuiste así; por eso son eternos
tu nombre y tu recuerdo.
En la tremenda hora de patriótica angustia
ibas sobre las ondas como un ave silente
en formidable empeño de aventuras
desafiando a la muerte y a la suerte,
y tras tu frágil nave, como un viento propicio,
iba el cálido aliento con que seguía tu ilusión tu pueblo.


Nunca tuvo una estela mas luminosa un barco,
como la estela que dejó tu nave,
ni jamás las estrellas alumbraron
a un buque solitario,
de más pura y romántica osadía,
como al romanticismo de tu barco,
retoño nuevo de caballerías.


Viejos, niños, mujeres,
tus campañas seguían como en sueños,
y se echaban al vuelo, por tu nombre,
las líricas campanas.


Señor de la sorpresa,
recorrías impávido las costas enemigas.
Absorta te contemplaba y aclamaba América,
-flores de damas, ritmos de poetas—
y hasta la vieja, indiferente Europa,
depuso su soberbia ante tu gloria.


De las galeras que cantara Homero,
de los pueblos feacios,
tu nave fue sublimación airosa;
veloz y silenciosa como un sueño,
caía como un rayo, se iba como una sombra.


Ensoñación del mar en flor de hazaña,
era mito, milagro, fantasía:
maravillosa mezcla de caballero y de fantasma,
sorprendía, apresaba, combatía.


Tu eras la Patria, sobre el mar, bajo el cielo
y mas allá del horizonte,
y unías la leyenda y el cantar al ejemplo
como un nuevo Quijote.


Reflejo azul de una bondad divina,
por ti la roja guerra tuvo,
hundías barcos, salvabas vidas;
aún al enemigo diste amor,
y entre la sangre y la metralla,
puro pasaste el alma erguida por la mano de Dios.


Y como con la Patria te uniste y confundiste,
y eras un paradigma de heroísmo sin par,
a tu lado tuviste gallardos paladines;
pero la realidad te perseguía acechando tu ideal.


Duro el destino,
castiga y premia a los que osaron mucho:
los castiga en la carne y en la tierra y en el tiempo fugaz,
y los premia en el alma y en la gloria y les da eternidad.


Como tu par, insigne Bolognesi,
tenías que caer por nuestras culpas
y para ser ejemplo,
porque el destino escoge las víctimas mas puras,
y así redime castigando pueblos
en el dolor de los que son mejores.



¡Tenías que caer!
Y en un dantesco círculo de fuego
se consumó tu sacrificio cruento.


¡Tenías que caer!
Como en un mito griego,
se hizo de sangre todo el horizonte,
y se alzaron como unos semidioses
los que contigo al holocausto fueron.


¡Tenías que caer!

¡Se hizo de sangre todo el horizonte,
pero el mar como nunca, fue color de laurel

Autor: José Gálvez

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