sábado, 6 de marzo de 2010

Congreso aprista histórico

Hace muchos años, en 1983, el Congreso aprista vio nacer al sucesor de Haya de la Torre.

Fui testigo de ese evento e hice una crónica sobre el mismo, algo que muchos apristas, urgidos de renovación y asqueados de la vieja guardia, me agradecieron.

Estaba en disputa la elección del candidato para las elecciones de 1985.

Y las trincheras estaban bien definidas. Desde una de ellas disparaba Carlos Enrique Melgar, resumen verborreico del APRA próxima a la mugre, orador de tinieblas, barroco huamanguino, penalista con expediente propio, ex “Mister Ayacucho” y “griego” por adopción. Melgar hacía juego con Idiáquez y cantaba a dúo nasal con León de Vivero en las noches que Carlos Langberg financiaba a tiros.

En la otra orilla estaba Alan García Pérez, el joven diputado que había prometido cambiar el país, el partido, el mundo.

Cuando Melgar contó los votos que le tocaron supo que le había llegado la hora. García celebró su triunfo con un discurso hermoso porque estaba cargado de sentido.

Ya sabemos en qué acabó todo eso. La casa de Melgar en Punta Negra –oxidada, en ruinas- podría ser el monumento funerario del APRA de los 80.

Y el personaje que hoy, de pura obstinación patronímica, se sigue llamando Alan García es la encarnación del olvido y del pragmatismo a quince asaltos y la viva demostración de que en el Perú, como decía Belli, “en cada linaje el deterioro ejerce su dominio”.

Del García de los 80 sólo nos queda la inflación hecha carne y el tundete a lo Avilés de su retórica. Sería injusto no decir que también le queda al personaje un prodigioso talento para el arte del mentir y un inquebrantable apego a la impostura y al dinero negro.

Pero soy testigo ocular de que aquel Congreso aprista de los 80 fue un ejemplo de democracia interna y limpieza a la hora del conteo. Ni la maquinaria de Melgar, aceitada por la bufalería, pudo decir nada respecto de lo intachable del comité electoral y de la pulcritud con la que se reconoció a los delegados auténticamente elegidos por sus bases.

Ayer, el Congreso aprista se ha tenido que suspender durante 24 horas por razones excrementicias.

Las acusaciones van desde el mangoneo del comité electoral a la falsificación del padrón, pasando por las amenazas a los delegados díscolos, el desconocimiento de representantes legítimos, las promesas de puestos y dinero para los que transen y la intromisión de palacio de gobierno, con todo su poder corruptor, en la imposición de “la disciplina partidaria”.

Esto estaba cantado desde que, hace meses, los sectores no infectados del aprismo señalaron el apetito de García por mantener al APRA como su califato y a Mauricio Mulder –esa promesa rota- como su plenipotenciario.

Si el alanismo como banda arrasa otra vez con las bases apristas –como están temiendo muchos- la cuenta regresiva para el partido de Haya de la Torre habrá empezado. Y no importa lo que digan los Varguitas que no escriben y sí medran ni lo que hagan las tías Julias penetradas por Business Track.

García no quiere un partido en manos limpias. Un APRA en manos limpias no sólo se alejará de su deriva promiscua, su traición programática, su desarme suicida, su globalismo de madame de los commodities, sino que tendrá que tomar distancia, en su momento, de las investigaciones que vengan –y vendrán- sobre su más que quintuplicada fortuna personal (gracias Odebrecht, gracias Pepe, gracias mineros, gracias China Popular, gracias Eske, gracias a tantos por este Oscar (de la renta) y por estos años de crecimiento).

De modo que para García controlar al APRA es un asunto de sobrevivencia personal.

Y el APRA se juega la vida en este empeño. Si el partido vuelve a asustarse, si el fantasma de Idiáquez se pasea por las mesas de votación pistola al cinto, si la transfusión de pus derrota a la transfusión de sangre nueva, el APRA se reducirá a uno de los bienes inmuebles de García.

Si García vuelve a derrotar al APRA, el partido más institucionalizado del Perú llegará a ser una casona vieja que huele a desinfectante y un anexo palaciego en el que Mirtha llama a Canáan de parte de Rómulo, Nava negocia con camiones, Chirito manda mensajes de ruego y/o de intimidación, Alfredo M. aconseja y el dinero, como aquella moneda en un poema de Prevert, rueda y rueda y no deja de rodar.

O el APRA elige la historia y la refundación o se convierte en el baño de visitas del doctor García. De este Congreso depende. Veremos quiénes se atreven a rescatar al viejo partido de centro de manos de la mafia de Collique.
Con información de "La Primera"

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