Un grupo de shipibos dejó su natal Ucayali, hace más de una década, y ahora viven en una loma de Cantagallo, en el Rímac, con el temor de ser desalojados.
Hace más de una década abandonaron Ucayali buscando mejores oportunidades laborales y así ofrecerles a sus hijos los estudios que ellos no pudieron tener. Con este objetivo claro, un importante grupo de shipibos dejaron atrás las extensas áreas verdes de la selva amazónica para abrirse camino en la “selva de cemento”, que es Lima, estableciendo LA PRIMERA comunidad shipiba en Lima, que hoy corre el riesgo de ser desalojada.
César Tananta (51), junto a Roldán Pineda (47) son dos de los primeros shipibos en llegar a Lima en la década del 90, con la intención de forjarse un futuro. Cuentan que arribaron a la capital invitados para participar de una feria regional navideña que se realizaba en el mercado de Cantagallo. En aquella feria estuvieron alrededor de 15 días, durmiendo en sus propios stands. Sin embargo, acabada la temporada de fiestas tenían que regresar a sus tierras pero ellos se negaban a volver y deciden instalarse en la parte trasera del recinto que colinda con el mercado Cantagallo sobre un terreno que la Municipalidad de Lima utiliza como relleno sanitario y que, a la vez, limita con el rió Rímac.
Hoy, más de diez años después, junto a ellos viven 123 familias, un total de 470 shipibos, de quienes 200 son menores. Tratando de consolidar su pemanencia y defenderse formaron la Asociación de Artesanos Shipibos Residentes en Lima (Arishel), la comunidad más grande de shipibos instalados en la capital. Su principal ingreso económico, y casi único, es la venta de productos artesanales, con lo que pueden juntar en un día 25 nuevos soles.
Pedido al gobierno
Los inquilinos de la polvorienta loma de Cantagallo reclaman al Estado una mayor atención, pues a la fecha carecen de los servicios básicos como agua, luz eléctrica y desagüe, carencias que ponen en riesgo la salud de los pobladores. Karina Pacaya, presidenta de Ashirel cuenta que cuando necesitan hacer sus necesidades fisiológicas tienen que trasladarse hasta el mercado –recorrer unos 300 metros- y alquilar un baño público. Los niños constantemente sufren de males estomacales.
Además, piden al gobierno les entreguen la titulación de los terrenos que ocupan, pues esta es su principal preocupación ya que temen ser desalojados. Ante la falta de ayuda estatal, ellos mismos se organizaron para protegerse de los ladrones que merodean la zona. –Ya se han robado algunas prendas y pertenencias- dice César Tananta quien promovió la organización de grupos que se turnan para proteger el lugar. A pesar del contraste entre las costumbre de la selva con las de Lima, los shipibos se resisten olvidar sus raíces, principalmente los mayores que caminan con las pintorescas prendas de su natal Ucayali.
Con información de "La Primera"
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