El teatro de Pirandello cambió mi manera de ver el mundo. Lo mismo que el de Ibsen, o el de O’Neill, o el de Beckett.
El teatro aprista, en cambio, no deja de producirme alergia cutánea. Lo vi por primera vez en un mitin de Alfonso Ugarte: falanges desfilando como si Lima fuese la Roma de 1922, brazo y mentón en ristre y pañuelo agitado. Pero ese teatro tenía dignidad de masas y disciplina de sufridos.
¿Vieron, en cambio, la tercera escena del cuarto acto de esa comedia involuntaria que hubiera podido robarle el título a la obra de Wilde “El abanico de lady Windermere” y que tuvo como co-protagonista al varias veces nominado Aurelio Pastor?
¡Una delicia!
Horas antes de recibir una patada en el trasero que hará historia, Pastor había hecho dos cosas testarudas pero dignísimas:
1) Había denunciado el tsunami vengador de “El Comercio” y el poder concentrado de ese grupo; y
2) Había buscado apoyo en algunas bases apristas para salir por lo menos con la cabeza en alto.
En el tiempo que demora hornear un pan, Pastor se había erguido como el nuevo líder de los más o menos cuarentones apristas. Su manera de encarnar la resistencia frente al abuso de García –el verdadero perpetrador del indulto a Crousillat- lo convertía en un proyecto de Cachorro Seoane, en un Valle Riestra de los cincuenta, en un rebelde esperanzador.
Pero he aquí que, para dejarnos estupefactos y orinados de risa, Pastor acude a su deshonroso relevo y se presenta como Sara Bernhardt (nacida Rosine Bernardt) en el debut de “Las sabihondas”, de Moliere, y convierte el palacio de gobierno en el teatro Odeón de París.
Vejado por un cese que hará historia, va Pastor a la sede del agravio y se presenta ante su verdugo cívico y le hace venias, lo saluda, lo comparsea, se deja sobajear y recibe tibios saludos de la claque aprista allí reunida.
Y entonces, uno entiende por fin: todo había sido teatro, arte escénico, emoción fingida, ira del Actor´s Studio.
Y para continuar con la función, se dirige a la prensa y dice, locamente triunfal, que él no va a retroceder (cuando ya caminó en reversa todo el circuito de playas) y que “El Comercio”, chúpate esa, tiene ya su candidato y ése es Alejandro Toledo.
“Y aquí está el pueblo, con nosotros, y allá está “El Comercio” y su candidato Alejandro Toledo”, insiste como si estuviera grabando para “Al fondo hay sitio”.
¿Verdad? ¿O disfuerzo en el “Lido” y cimbreada en el “Moulin Rouge”?
Porque la verdad es que ningún lector ha notado que “El Comercio” favorezca a Toledo: ni en las encuestas, donde suele castigarlo; ni en sus opiniones, en las que suele olvidarlo; ni en sus recuentos, donde suele omitirlo.
Porque “El Comercio” no tiene, por ahora, candidato. Su candidato, en todo caso, es “El Comercio”. Y, si fuera el caso, “El Comercio” votaría por la imposible reelección de Alan García, que tan bien ha defendido sus intereses y tan espléndido ha sido con “el sistema” que “El Comercio” encarna y vigila.
Lo que este actor no dice es cómo pudo firmar para un infame un indulto reservado a tuberculosos y a enfermos terminales. Y lo que jamás dirá es que sólo cumplía órdenes de García.
¿Por qué, a la hora de ser presionado por García, Pastor se calló en siete idiomas? ¿No hubiera sido ese un buen momento para renunciar, denunciar y salir como todo un líder moral de la nación?
Lo que nadie puede entender, por otra parte, es qué tendrían que ver las hipotéticas inclinaciones de “El Comercio”, sus episódicas coincidencias con un Toledo que ni siquiera se ha proclamado candidato, qué tiene que ver eso, digo, con la vergüenza del indulto al prófugo Crousillat. ¿O es que Toledo armó ese bochorno?
Y lo que sí tendría que ver (y mucho) es que García expulsó a Pastor para congraciarse, precisamente, con “El Comercio”.
¡Y Pastor dice que “El Comercio” y el gobierno de García combaten, como en Verdún, en trincheras opuestas! Que le pregunte a José Graña, accionista importante de “El Comercio” y uno de los favoritos más contantes y sonantes del doctor García.
Después algunos se preguntan por qué la política repele tanto a los jóvenes y asquea a tanta gente decente.
Con información de "La Primera"
El teatro aprista, en cambio, no deja de producirme alergia cutánea. Lo vi por primera vez en un mitin de Alfonso Ugarte: falanges desfilando como si Lima fuese la Roma de 1922, brazo y mentón en ristre y pañuelo agitado. Pero ese teatro tenía dignidad de masas y disciplina de sufridos.
¿Vieron, en cambio, la tercera escena del cuarto acto de esa comedia involuntaria que hubiera podido robarle el título a la obra de Wilde “El abanico de lady Windermere” y que tuvo como co-protagonista al varias veces nominado Aurelio Pastor?
¡Una delicia!
Horas antes de recibir una patada en el trasero que hará historia, Pastor había hecho dos cosas testarudas pero dignísimas:
1) Había denunciado el tsunami vengador de “El Comercio” y el poder concentrado de ese grupo; y
2) Había buscado apoyo en algunas bases apristas para salir por lo menos con la cabeza en alto.
En el tiempo que demora hornear un pan, Pastor se había erguido como el nuevo líder de los más o menos cuarentones apristas. Su manera de encarnar la resistencia frente al abuso de García –el verdadero perpetrador del indulto a Crousillat- lo convertía en un proyecto de Cachorro Seoane, en un Valle Riestra de los cincuenta, en un rebelde esperanzador.
Pero he aquí que, para dejarnos estupefactos y orinados de risa, Pastor acude a su deshonroso relevo y se presenta como Sara Bernhardt (nacida Rosine Bernardt) en el debut de “Las sabihondas”, de Moliere, y convierte el palacio de gobierno en el teatro Odeón de París.
Vejado por un cese que hará historia, va Pastor a la sede del agravio y se presenta ante su verdugo cívico y le hace venias, lo saluda, lo comparsea, se deja sobajear y recibe tibios saludos de la claque aprista allí reunida.
Y entonces, uno entiende por fin: todo había sido teatro, arte escénico, emoción fingida, ira del Actor´s Studio.
Y para continuar con la función, se dirige a la prensa y dice, locamente triunfal, que él no va a retroceder (cuando ya caminó en reversa todo el circuito de playas) y que “El Comercio”, chúpate esa, tiene ya su candidato y ése es Alejandro Toledo.
“Y aquí está el pueblo, con nosotros, y allá está “El Comercio” y su candidato Alejandro Toledo”, insiste como si estuviera grabando para “Al fondo hay sitio”.
¿Verdad? ¿O disfuerzo en el “Lido” y cimbreada en el “Moulin Rouge”?
Porque la verdad es que ningún lector ha notado que “El Comercio” favorezca a Toledo: ni en las encuestas, donde suele castigarlo; ni en sus opiniones, en las que suele olvidarlo; ni en sus recuentos, donde suele omitirlo.
Porque “El Comercio” no tiene, por ahora, candidato. Su candidato, en todo caso, es “El Comercio”. Y, si fuera el caso, “El Comercio” votaría por la imposible reelección de Alan García, que tan bien ha defendido sus intereses y tan espléndido ha sido con “el sistema” que “El Comercio” encarna y vigila.
Lo que este actor no dice es cómo pudo firmar para un infame un indulto reservado a tuberculosos y a enfermos terminales. Y lo que jamás dirá es que sólo cumplía órdenes de García.
¿Por qué, a la hora de ser presionado por García, Pastor se calló en siete idiomas? ¿No hubiera sido ese un buen momento para renunciar, denunciar y salir como todo un líder moral de la nación?
Lo que nadie puede entender, por otra parte, es qué tendrían que ver las hipotéticas inclinaciones de “El Comercio”, sus episódicas coincidencias con un Toledo que ni siquiera se ha proclamado candidato, qué tiene que ver eso, digo, con la vergüenza del indulto al prófugo Crousillat. ¿O es que Toledo armó ese bochorno?
Y lo que sí tendría que ver (y mucho) es que García expulsó a Pastor para congraciarse, precisamente, con “El Comercio”.
¡Y Pastor dice que “El Comercio” y el gobierno de García combaten, como en Verdún, en trincheras opuestas! Que le pregunte a José Graña, accionista importante de “El Comercio” y uno de los favoritos más contantes y sonantes del doctor García.
Después algunos se preguntan por qué la política repele tanto a los jóvenes y asquea a tanta gente decente.
Con información de "La Primera"
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