
Por: Raúl Wienner
La “licencia” de Del Castillo tiene dos maneras de interpretarse: (a) como una derrota del secretario general que se impuso con todo y que no quería dejar el puesto; (b) como una maniobra pactada entre él y García, para la mutua sobrevivencia, para regresar en un mes y medio a la situación anterior.
Y es verdad que hay de las dos cosas. Pero el punto clave no es eso, sino la tendencia que marca los acontecimientos, que hacen ver como lo más probable que Del Castillo no pueda volver al cargo, al mismo tiempo que advierten también que es casi seguro que una vez más García se salvará con la campana.
No puede haber la menor duda que el ex premier es el más golpeado y desgastado de la crisis. Se ha convertido en el personaje principal del caso “petroaudios”. No es una casualidad ya que precisamente su papel fue erigirse en intermediario y filtro de los inversionistas que querían pactar con el gobierno. Rómulo, Bieto y otros eran sus puntas para estas tratativas, por eso lo mencionan a cada rato y hablan de los encargos que le dejaron y los compromisos que le extrajeron, cuando se dirigen a las empresas que los contratan o a los funcionarios que deben abrirles algunas puertas.
Del Castillo ha fracasado en “naturalizar” esta actividad, debido no sólo a la clara intimidad que mantenía con los lobbistas, o al desparpajo con que algunos diálogos mencionan su obsesión por hacerse candidato, sino porque ya han salido a estas alturas suficientes evidencias de enriquecimiento patrimonial nada transparente que lo ha puesto en el ojo público. Es lo que lo diferencia de García, Rey, Flores Aráoz y otros, que todavía pueden decir que sí se reunían con las empresas y atendían sus solicitudes, pero que lo hacían “por el bien del Perú”. Del Castillo no quería dejar la secretaria general, cuando Alan García le pidió al director de un diario amigo que lanzara lo del ultimátum: si no se van los secretarios el que se iría sería García. Si esto desató algún pánico en el partido, no es fácil saberlo, pero lo cierto es que hizo pensar al “Tío George” sobre hasta dónde podía llegar su antiguo defendido, para salvarse. Tal vez por eso tanta insistencia en la palabra “lealtad”. Y que García haya aceptado desmentir a su bocinero y abrazarse con Del Castillo en Palacio, para difuminar hasta donde se puede la imagen de patada en el fundillo, que tiene esta licencia forzada. Es por eso que se puede decir que lo que queda de la maniobra es otra vez García decidiendo sobre la vida y la muerte del resto, mientras nadie se atreve a tocarlo.
Con información de "La Primera"
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